por John Knox (7 de Julio de 1556).
Mis queridos Hermanos, no tanto para instruirles como en dejarles algo del testimonio de mi amor por ustedes, he tenido como algo bueno en comunicarles mis débiles consejos de cómo quiero que se conduzcan en medio de esta generación maligna y perversa, tocante al ejercicio de la más santísima Palabra de Dios, sin la cual ni puede aumentar el conocimiento, ni puede manifestarse la piedad, ni puede continuar el fervor espiritual entre vosotros. Porque como la Palabra de Dios es el principio de la vida espiritual, sin la cual toda carne está muerta en la presencia de Dios, y como es lámpara a nuestros pies sin cuyo resplandor toda la posteridad de Adán camina en tinieblas; y como es el fundamento de la fe, sin la cual ningún hombre puede comprender la buena voluntad de Dios, así también es el único órgano e instrumento que Dios usa para fortalecer a los débiles, para consolar a los afligidos, para traer bajo misericordia por el arrepentimiento aquellos que se han desviado, y finalmente para preservar y guardar la misma vida en el alma contra todo asalto y tentación.
Por tanto, si queréis que vuestro conocimiento crezca, que vuestra fe sea confirmada, que vuestras conciencias sean aquietadas y consoladas, o que finalmente la vida se preserve en vuestra alma, mirad que os ejercitéis frecuentemente en la ley del Señor vuestro Dios. No tengáis en poco los preceptos que Moisés dio a los Israelitas en estas palabras, “Estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut. 6:6-9). Y Moisés, en otro lugar, les mandó en “acordarse de la ley del Señor Dios, en hacerla para que les vaya bien a ellos y sus hijos en la tierra que el Señor su Dios les daría.” Dando a entender, que así como frecuencia de recordar y de repetir los preceptos de Dios es el medio por el cual el temor de Dios (que es el principio de toda sabiduría y dicha), se mantiene vivo en la mente; así también la negligencia y el olvido de los beneficios recibidos de Dios es el primer paso para alejarse de Dios.
Ahora, si la Ley, la cual por causa de nuestra debilidad no obra cosa alguna mas que ira y enojo, fue tan eficaz (que recordada y repetida para hacerla) trajo al pueblo una bendición corporal, ¿qué diremos qué no traerá el glorioso Evangelio de Cristo Jesús cuando se trata con reverencia? Pablo le llama olor de vida para aquellos que recibirán vida, usando la semejanza de hierbas aromáticas o ungüentos preciosos, cuya naturaleza es que cuantos más estos se frotan envían su aroma más agradable y deleitable; así también, amados hermanos, es el bendito Evangelio de Jesús nuestro Señor. Porque cuanto más lo tratamos, más confortable y agradable es para aquellos que lo escuchan, lo leen, o se ejercitan en el mismo. No ignoro, que como los israelitas se fastidiaron del maná, porque era lo único que veían y comían a diario, así también ahora hay algunos que después de leer algunas porciones de la Escritura, se vuelven del todo a escritores profanos o escritos humanos. Porque la variedad de asuntos que estos contienen traen con ello deleite diario. Por otro lado dentro de las Escrituras de Dios que no tienen mucho adorno humano en si, la repetición de una cosa les es fastidiosa y cansada. Confieso que esta tentación puede entrar en los mismos elegidos por un tiempo, pero es imposible que continúen en ello hasta al fin. Porque los elegidos de Dios, además de otras señales evidentes, tienen siempre esta unida con las demás, que los elegidos de Dios son llamados fuera de la ignorancia (hablo de los que ya tienen edad de comprensión) para gustar y sentir algo de la misericordia de Dios, de la cual nunca están satisfechos en esta vida, sino que ocasionalmente tiene hambre y sed para comer el pan que descendió del cielo y beber el agua que salta para vida eterna. Lo cual no pueden hacer más que por el medio o el instrumento de la Fe, y la Fe siempre mira a la voluntad de Dios revelada por la Palabra, de manera que la Fe tiene tanto su principio como su continuación por la Palabra de Dios. Y por eso digo, que es imposible que los hijos escogidos de Dios puedan despreciar o rechazar la palabra de su salvación por mucho tiempo, como tampoco pueden fastidiarse de ella al final.
Es cosa común que los elegidos de Dios son mantenidos en tal esclavitud y servidumbre, de tal manera que ellos no pueden conseguir que se les imparta el pan de vida, como tampoco tienen la libertad para ejercitarse ellos mismos en la Palabra de Dios. Pero ellos no se fastidian, antes bien anhelan con gusto el alimento de sus almas, antes bien acusan su negligencia anterior, antes bien lamentan la miserable aflicción de sus hermanos, y claman y piden en sus corazones ( y también en público donde pueden) que corra libremente el Evangelio. Esta hambre y sed confirma que hay vida en sus almas. Pero si tales hombres, que teniendo la libertad para leer y ejercitarse asimismo en las Sagradas Escrituras, comienzan a fatigarse porque casi siempre leen lo mismo, yo les pregunto, ¿Por qué no se cansan también de comer a diario pan? ¿Por qué no se cansan de beber a diario vino [no el tipo de bebidas alcohólicas de hoy día]? ¿Por qué no se cansan de mirar a diario el resplandor del sol? ¿Y por qué no se cansan de usar el resto de las criaturas de Dios que mantienen a diario su propia sustancia, curso y naturaleza? Pienso que responderán: “Pues tales criaturas tienen un poder [cuantas veces son usadas para quitar el hambre y la sed y para infundir aliento y fuerzas y] para preservar la vida.” ¡Oh, miserables criaturas! ¡Quién se atreve a atribuirle más poder y fuerza a criaturas corruptibles en nutrir y preservar el cuerpo humano mortal, que a la Palabra eterna de Dios en nutrir el alma que es inmortal! El querer razonar con su abominable ingratitud no es ahora mi propósito. Pero a vosotros, queridos Hermanos, les comparto mi conocimiento y les abro mi conciencia, que así como tan necesario es el uso de la comida y de la bebida para preservar la vida corporal, y así como tan necesario es el calor y la luz del sol para dar vida a la hierba y para disipar las tinieblas; así también es necesaria para la vida eterna y para la iluminación y luz del alma la meditación, ejercicio y uso perpetuo de la sagrada Palabra de Dios.
Por tanto, queridos Hermanos, si anheláis la vida venidera, por necesidad debéis ejercitaros vosotros mismos en el Libro del Señor vuestro Dios. Que no pase ni un día sin que recibáis algún consuelo de la boca de Dios. Abrid vuestros oídos, y El hablará cosas deleitables a vuestro corazón. No cerréis vuestros ojos, antes bien que con diligencia contempléis qué porción substanciosa os es dejada en el testamento de vuestro Padre. Que vuestras lenguas aprendan a ensalzar Su tierna bondad, cuya sola misericordia os ha llamado de las tinieblas a la luz, y de la muerte a la vida. Tampoco hagáis esto tan privadamente que no admita testigos. No, Hermanos, el Señor Dios os manda que gobernéis vuestras casas en su verdadero temor y de acuerdo a su Palabra. Dentro de vuestras casas, digo, en algunos casos, sois obispos y reyes; vuestra esposa, hijos y familia es vuestro obispado y cargo. De esto se os pedirá cuenta de cuanto cuidado y diligencia usasteis para instruirlos en el conocimiento verdadero de Dios, de cómo procurasteis implantar virtudes y reprimir vicios. Por tanto, digo, que debéis hacerlos partícipes de la lectura, de la exhortación, y de la oraciones comunes, lo cual debería hacerse en cada hogar por lo menos una vez al día. Pero, por encima de todo, queridos Hermanos, procurad en practicar a diario y en vivir lo que manda la Palabra de Dios, y entonces comprobaréis que nunca oiréis ni leeréis lo mismo sin que obtengáis algún fruto. Creo que esto es suficiente para los ejercicios dentro de vuestro hogar.
Considerando que Pablo llama a la congregación “el cuerpo de Cristo,” del cual cada uno de nosotros somos un miembro, y enseñándonos con esto que ningún miembro puede sustentarse y alimentarse por si mismo sin la ayuda y el apoyo de otro; creo que es necesario que se tengan estudios y conferencias sobre las Escrituras como reuniones entre hermanos. Como Pablo nos da el orden que se debe observar para esto [1 Cor. 14:26-29], solo quiero señalar que cuando os reunáis, que sería bueno hacerlo una vez a la semana, que vuestro comienzo fuese confesando vuestras ofensas e implorando que el Espíritu del Señor Jesús os asista en todos vuestros proyectos y metas espirituales. Después que se lea alguna porción de las Escrituras clara y modestamente, tanto que se crea suficiente para esa ocasión o tiempo. Cuando se haiga terminado, si algún hermano tiene exhortación, pregunta, o duda que no tenga temor en hablar o tratarla allí mismo, haciéndolo con moderación, ya sea para edificar o para edificarse. Y de esto no dudo que vendrá gran provecho. Porque, primero, al oír, leer, y estudiar las Escrituras en éstas reuniones, ayudarán a examinar el juicio y la actitud de las personas, su paciencia y modestia serán conocidas, y finalmente se exhibirán sus dones y expresiones. Por otro lado deben evitarse en toda ocasión y en todo lugar el palabrerío, las interpretaciones largas y aburridas y la terquedad en puntos controvertidos. Pero por encima de todo cuando se reúnan como iglesia, allí nada debe tenerse en cuenta más que la gloria de Dios y el consuelo o edificación de los hermanos.
Si algo brota del texto en discusión o en el debate que vuestro juicio no puede resolver o vuestras facultades no pueden captar, que eso se anote y se escriba antes de despedir la reunión, para que cuando Dios provea solución al asunto, vuestras dudas que brotaron sean resueltas con más facilidad. Por otro lado si tenéis la oportunidad de escribir o comunicaros con otros, vuestras cartas manifestarán vuestro gran deseo que tenéis de Dios y de su verdadera religión. No dudo que ellos según sus talentos procurarán y os otorgarán su fiel trabajo para satisfacer vuestras peticiones devotas. En cuanto a mismo hablo lo que pienso: emplearía quince horas con gran gusto (según le plazca a Dios en darme de su iluminación) para explicarles alguna porción de las Escrituras, que gastar media hora en otra cosa.
Además, me gustaría, que en la lectura de las Escrituras, tomen juntos algunos libros del Antiguo Testamento y algunos del Nuevo, como Génesis y alguno de los Evangelios, Éxodo con otro libro, etc., pero siempre terminando los libros que comenzasteis (según permita el tiempo). Pues os confortará el oír la armonía y acuerdo del Espíritu Santo hablando en nuestros padres desde el principio. Os confirmará en estos días peligrosos al contemplar la faz de Jesucristo, el amado esposo, y su iglesia, desde Abel hasta Cristo mismo, y de Cristo hasta este día, que hay unidad y un mismo propósito en todas las generaciones. Estudiad con frecuencia los Profetas y las Epístolas de Pablo. Pues la abundancia de asuntos muy confortadores que se hallan allí requiere ejercicio y buena memoria. De igual manera así como vuestras reuniones deben comenzar con confesión y suplica del Espíritu de Dios, así también deberían terminar con acción de gracias y ruegos por los gobernantes y magistrado, por la libertad del Evangelio de Cristo que corra libremente, por el consuelo y libertad de nuestros hermanos que aún están bajo tiranía y servidumbre, y por otras tales cosas que el Espíritu del Señor Jesucristo os enseñe que os es provechoso, ya sea para vosotros mismos, o para vuestros hermanos dondequiera que estén.
Si así (o aún mejor) oigo que os ejercitáis vosotros mismos, queridos Hermanos, entonces alabaré a Dios por vuestra gran obediencia, como también por aquellos que han recibido la palabra de gracia no solo con gozo, pero también con solicitud y diligencia, y guardan la misma como un tesoro y una joya preciosísima. Y porque no tengo sospechas de que haréis lo contrario, no usaré amenazas. Pues mis esperanzas sinceras son que caminaréis como hijos de luz en medio de ésta generación perversa, que seréis como estrellas durante la noche (que no se vuelven tinieblas), que seréis como trigo entre la cizaña, y que sin embargo no cambiaréis vuestra naturaleza que recibisteis por gracia, a través de la comunión y participación que tenemos con el Señor Jesucristo en su cuerpo y en su sangre. Y finalmente, que seréis del número de las vírgenes prudentes, que a diario arreglan y llenan sus lámparas con aceite, mientras que aguardan con paciencia la aparición gloriosa y venida del Señor Jesucristo, cuyo Espíritu omnipotente gobierne e instruya, ilumine y consuele vuestras mentes y corazones en toda prueba ahora y para siempre. Amen.
La gracia del Señor Jesucristo repose con vosotros.
Acordaos de mis debilidades en vuestras oraciones. 7 de Julio de 1556.
Vuestro sincero hermano,
JOHN KNOX
sacado de: http://www.iglesiareformada.com/Knox_Iglesia_Fiel.html
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